javarm: La Ley Del Efecto
Fecha: 06/02/2002
Enlace a historia http://javarm.blogalia.com/historias/85
Publicado en el suplemento TERRITORIOS en El Correo
Javier Armentia
El aprendizaje, la manera en que adquirimos capacidades para actuar, es una de las cuestiones que en el último siglo y medio que tiene de historia la psicología como ciencia más ha ocupado a los investigadores. Es lógico tal interés, porque una de las características de nuestra especie es precisamente la manera en que traspasamos información y conductas de una generación a la otra, nos dotamos de una organización que permite que vivamos como seres sociales y mantenemos, muy por encima de nuestros hermanos los primates y por supuesto en un grado mucho mayor que cualquier otra especie viva del planeta, eso que hemos dado en llamar �cultura�. Si el mecanismo preferido por la naturaleza para transmitir en el tiempo la información es la genética, los humanos necesitamos de esa transmisión adicional que a su vez, necesita de mecanismos efectivos de aprendizaje.
¿Cómo aprendemos los humanos? ¿Lo hacemos de forma diferente a otras especies? En 1911, Edward L. Thorndike, psicólogo norteamericano, propuso una teoría del aprendizaje que supuso el primer intento de establecer científicamente una cuestión tan peliaguda: por un lado, se podría pensar que aprendemos como consecuencia de un refuerzo a la conducta, que si tras hacer algo recibimos una recompensa placentera (o bien un castigo desagradable) se asocian ambas cosas, derivando en un aprendizaje; por otro, se podría pensar que es la contigüidad entre dos estímulos la que facilita que los relacionemos.
Los psicólogos comenzaron a finales del siglo XIX a estudiar la conducta animal, desarrollando modelos experimentales en los que, en situación de cautividad, animales de laboratorio debían realizar alguna tarea, siendo recompensados si tenían éxito. El propio Thorndike, a veces conocido como el hombre de los gatos por sus estudios con estos animales, desarrolló toda una serie de experimentos, las �cajas de puzzle�, principalmente jaulas con laberintos de los cuales los animales podrían llegar a escapar para llegar a la comida.
Antes de 1930, este tipo de experiencias permitió desarrollar numerosos modelos sobre el aprendizaje: por ejemplo, los realizados con primates (como los de Kohler con chimpancés) permitían concluir que éstos desarrollaban una especie de visión de conjunto del problema, por ejemplo, alcanzar unas bananas que colgaban alto sobre el techo, en una jaula donde había por el suelo diferentes cajas. Sin embargo, los gatos de Thorndike parecían desarrollar su aprendizaje por ensayo y error. En uno de los experimentos, el gato, en una jaula tras cuyos barrotes estaba la comida, debía manipular unas cuerdas para abrir trampillas que le permitirían salir. Normalmente, la conducta inicial de los gatos era intentar colarse a través de los barrotes y, no consiguiéndolo comenzaban a maullar pidiendo ayuda. Tras un tiempo, sin embargo, comenzaban a ensayar otras estratagemas, consiguiendo normalmente de forma causal por vez primera dar con el mecanismo de apertura. Thorndike comprobó que este ensayo y error se iba convirtiendo en aprendizaje: cuando un gato repetía el experimento tras tener éxito, tardaba menos en hacer de nuevo la estrategia ganadora. Había aprendido, y algo así haríamos también los humanos.
En cualquier caso, ni el ensayo y error ni la visión conjunta de un problema podían resolver la cuestión de cómo se produce el aprendizaje. En el primer tercio del siglo XX, dentro de los paradigmas de la psicología tenía fuerza el asociacionismo: el aprendizaje es establecer lazos entre estímulos y respuestas. El desarrollo de la neurología, con grandes avances desde las teorías de la neurona de Ramón y Cajal, permitía imaginar que esos lazos tenían una implicación fisiológica: se trataba de conexiones neuronales que se establecían. Thorndike, entre otros, fueron desarrollando teorías del aprendizaje que se llamaron �conectivas�: aprender era conectar esos estímulos y respuestas, a la vez que esa conexión se hacía en un nivel neuronal.
Así surgió la llamada ley del efecto: las conductas que se hacen justo antes de un suceso agradable se repetirán más probablemente en el futuro. Al principio, esta ley tenía la contrapartida negativa: aquellas respuestas que preceden a sucesos desagradables, disminuirán, aunque posteriormente se comprobó experimentalmente que el efecto negativo no tenía tanta importancia. Pensemos en las importantes implicaciones que tenía esta ley: en definitiva, nos movemos por motivaciones hedonistas, buscando aquello que nos es placentero. Y esto sucede no solamente en los humanos, sino en todos los animales con procesamiento superior.
Teorías del aprendizaje basadas en la recompensa habían existido antes, pero este tipo de modelos psicológicos marcaban pautas apoyadas en la experiencia. Posteriormente, modelos experimentales de la conducta vendrían a favorecer este acercamiento, que iba convirtiendo a la psicología en una ciencia más que en una aproximación filosófica idealista. El desarrollo de las neurociencias a lo largo de la segunda mitad del siglo XX fue permitiendo un mejor conocimiento de cómo se establecen las conexiones neuronales, y por otro lado, las teorías cognitivas han dotado de una coherencia a los datos neurofisiológicos con modelos a veces sacados de la analogía entre el cerebro y un ordenador. Cierto es que incluso hoy día, los paradigmas dentro de la psicología siguen dejando abiertas numerosas cuestiones, y que leyes como la del efecto se consideran actualmente simplificaciones que no dan cuenta de la enorme plasticidad de la conducta y del sistema nervioso.
Parece claro, actualmente, que el aprendizaje dispara un proceso cerebral denominado potenciación a largo plazo (TLP), un sistema por el cual las neuronas establecen y refuerzan conexiones sinápticas, y que resulta necesario para el almacenamiento de la nueva información. Estos procesos se dan principalmente en la corteza cerebral. La comprobación experimental viene actualmente de la mano no solamente de los experimentos conductuales con animales, sino que los métodos de observación de la actividad cerebral permiten localizar las zonas cerebrales implicadas, que pueden resultar alteradas por el mismo aprendizaje.
http://geneura.ugr.es/~jmerelo/atalaya/print.cgi?id=/historias/85&nombre=javarm
viernes, 4 de diciembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario